lunes, 2 de abril de 2012

RAFAEL ÁLVAREZ DE CIENFUEGOS LÓPEZ: Periana en el corazón.


RAFAEL ÁLVAREZ DE CIENFUEGOS  LÓPEZ: Periana en el corazón.

                                                                                                              La melancolía es el gesto supremo
                                                                                                              del espíritu.
                                                                                                              Aristóteles.

         En el mes de enero del año 1940 un joven y recién casado matrimonio, formado por Gloria Rivera Fernández y Rafael Álvarez de Cienfuegos López, arribó a Periana. El municipal, Antonio Larrubia Mostazo “Cartabones”, siguiendo las instrucciones del alcalde, Paco Molina, les esperaba en la estación del ferrocarril y los acompañó a la que sería su residencia provisional durante algún tiempo, la “Posá de Arranquina”, situada en la calle Camino de Vélez.
        
El cabeza de familia del referido matrimonio, don Rafael Álvarez de Cienfuegos López, nació  en una casa, donde se amaba la música, situada en la Plaza Nueva de Granada, en el seno de una conocida familia liberal perteneciente a la alta burguesía local, el 29 de septiembre de 1913. Su padre,  médico de balneario y catedrático de Microbiología en la Facultad de Medicina de Granada, fue militante de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas)  y durante la II República ocupó algunos meses el cargo de presidente de la Diputación de la ciudad de la Alhambra. Su madre,  hija de un general que  participó en la Guerra de Cuba,  era una mujer muy culta que había estudiado pintura y piano. Don Rafael era el cuarto de seis hermanos, cinco de ellos varones, todos los cuales realizaron estudios universitarios, la mujer no. 


D. Rafael Álvarfez de Cienfuegos.

Álvarez de Cienfuegos finalizó sus estudios de Medicina, en la Universidad de Granada, el 29 de junio de 1939 y el 24 de octubre, del mismo año, contrae matrimonio.   Al poco tiempo su mujer queda embarazada y don Rafael, el futuro médico de Periana, se dedica a buscar trabajo con ahínco; pero las perspectivas laborales, en aquellos tiempos de posguerra, no eran muy alentadoras.  Las posibilidades de poder ejercer en su ciudad natal, a pesar de lo muy relacionadas que estaban sus familias, quedan pronto descartadas. El embarazo de Gloria crece por días y el recién casado esta dispuesto a aprovechar lo que salga, una tarde se encuentra con un compañero de Facultad y éste le informa de que en un pueblo de Málaga, llamado Periana, necesitan un médico. La referida  plaza había salido a concurso oposición, pero parece ser que no llegó a cubrirse. El novel médico granadino, que jamás había oído hablar de nuestro pueblo, acude a un mapa para ubicarlo y no consigue localizarlo. Prosigue sus indagaciones y descubre donde se encuentra situado. Se pone en contacto con el Ayuntamiento y su secretario, Antonio Mata Carrera, conocido como “Mata” y hermano de mi abuela materna, Margarita Mata, a la que no llegué a conocer, le informa de las condiciones. El puesto era para un médico de 2ª categoría, con un sueldo anual de 3.500 pesetas más 150 por asistencia a la Guardia Civil y familiares. También le pone al día de que el censo de la población de Periana era el siguiente:

Presentes (P): 2637 varones y 2702 mujeres.
Ausentes (A): 195 varones y 34 mujeres.
     Transeúntes (T): 1 varón y 2 mujeres.
Población de derecho (P+A): Varones 2832 + 2736 mujeres = 5568
Población de hecho (P+T): Varones 2638 + 2704 mujeres= 5342

Periana necesitaba un médico y a don Rafael le urgía trabajar,  así que rápidamente llegaron a un acuerdo y a los pocos días  se traslada a nuestro pueblo en compañía de su mujer. Enseguida comienza a pasar consulta en la que por aquel entonces era conocida como calle general Aranda (hoy calle Alameda y espero que algún día, no muy lejano, Miguel Blanca Gómez) y allí mismo, limítrofe con la consulta, encuentra una casa en alquiler donde se traslada a vivir el joven matrimonio.   El secretario del Ayuntamiento, Antonio Mata, que vivía en la misma  calle, fue el encargado de realizar el trato. Con posterioridad se trasladaron a las que Gloria llama “Casas protegidas”, que en Periana siempre han sido  conocidas como las “Casas nuevas” de La Lomilleja.  Su vivienda, donde permanecieron muy poco tiempo, estaba situada en la hoy denominada calle Cádiz. 

Las hijas de don Rafael me muestran el libro de familia de sus padres,  comienzo a hojearlo y veo las fotografías de sus progenitores. Rápidamente  me viene a la mente lo dicho por mi madre y tengo ocasión de verificar que no exageró lo más mínimo, todo era cierto. Gloria, la esposa de don Rafael, era una mujer bellísima. También observó la foto de su padre, un joven de 26 años de ojos vivos e inteligentes con los que mira confiado al futuro y que, según me cuenta sus hijas, a los pocos días de llegar a Periana se dejó bigote para aparentar más edad.

Don Rafael, rápidamente conecta con la realidad de un pueblo dividido, gris y triste, al que la Guerra Civil había golpeado duramente. Un pueblo donde las cartillas de racionamiento, las colas, la pobreza y el estraperlo forman parte del vivir cotidiano, y el negro es el color predominante en el vestuario de los vencedores y vencidos.  Sin mucha dificultad se hace una idea clara y precisa del lugar donde va a trabajar y cada día que pasa se siente más integrado en él. No sucederá lo mismo con Gloria, su esposa, que inicialmente tiene menos contacto con las gentes del lugar. Pero ello no es óbice para que se difunda, rápidamente,  por todo el pueblo, la noticia de lo caritativa que es la mujer del nuevo médico: ningún pobre -y en aquellos tiempos eran muchos los que recorrían las calles de Periana en busca de algo que llevarse a la boca o a su hogar-,  que tocaba a su puerta se iba con las manos vacías.  Gloria era una mujer creyente y dotada de una gran fe, pero nunca fue beata.

Las fuerzas vivas les hacen la protocolaria visita de cortesía  y el joven médico traba amistad con Bartolomé Clavero, Pepe Núñez, Juan Nacle, Paco Molina, Antonio Mata, Juanico “Campanillón”, don Ramiro Gil (el cura), algún guardia civil…; pero su gran amigo, durante los casi once años que permaneció en Periana, fue Fabio Valladares Fernández “El Herrero”, al que según me cuenta Gloria, su padre llamó siempre “El Maestro Fabio”. Todas las noches, hiciese frío o calor, lloviese o tronase, y siempre que las obligaciones del sanitario dejaban tiempo para ello se veían, en casa de uno o del otro, y permanecían hablando hasta altas horas de la madrugada. El más sencillo de sus conocidos se convirtió en el mejor de sus amigos.  Pongo la mente a cavilar y me cuesta trabajo imaginar de que hablarían don Rafael y Fabio, dos personas tan dispares, noche tras noche, todos los días del año, durante más de dos lustros. ¡Cuánto me hubiese gustado asistir como espectador invisible a alguna de aquellas conversaciones interminables! Por más que lo intentó no consigo adivinar cuales serían los temas de sus pláticas, pero tengo la plena seguridad de que tanto uno como otro, hijos de dos mundos distintos, tenían mucho que contarse y enseñarse.  

Dña. Gloria Rivera, esposa de D. Rafael.

Don Rafael permanece de servicio las veinticuatro horas del día, y muchas noches se ve obligado a abandonar el lecho conyugal requerido por algún habitante del pueblo o de las aldeas aledañas que solicitaban sus servicios, para que acudiese a visitar a algún familiar o vecino que se encontraba enfermo. Una prueba de lo dicho con anterioridad la tenemos cuando estando su mujer dando a luz a Fernando, único de sus vástagos que nació en Periana, lo llamaron para atender a un enfermo: rápidamente cogió el maletín, dejó a su esposa en compañía de doña Margarita y emprendió la marcha para visitarlo. La obligación pudo más que la devoción y se perdió el nacimiento de su hijo. Al principio, el que tocasen a medianoche a su puerta le inquietaba y sobresaltaba, pero muy pronto se acostumbra a ello y lo considera un apéndice de su trabajo.  Dentro del núcleo urbano del pueblo las distancias eran cortas y las hacia caminado, pero cuando necesitaba desplazarse al campo, el trayecto lo efectuaba montado en un equino –caballo, yegua, burro, mulo, – que el demandante de sus servicios le proporcionaba. Según me cuenta sus hijas, con anterioridad jamás se había subido a una caballería, pero las necesidad hizo que se convirtiera en un experto jinete. Incluso llegó a tener montura propia, regalo de un paciente agradecido,  que se convertiría en compañera indispensable para todos sus desplazamientos.   El ver al médico de Periana subido en su yegua castaña se convirtió en algo habitual. En ocasiones, montada a la grupa, le acompañaba su esposa. Una tarde, según me relata un testigo del hecho y me confirman sus hijas, la mujer del médico, cuando estaba embarazada de su hijo Fernando, se cayó del equino y se llevaron un gran susto. Tengo entendido que su lugar de custodia era una cuadra que había en la casa anexa al local donde pasaba consulta, y que de su cuidado se encargaba Antonio “Aliaga”.

Gracias a la generosa colaboración de los descendientes de don Rafael he tenido acceso a libro de la Iguala Médica, – suerte de “seguro” de la época, que los particulares acostumbraban a suscribir-, y que de su puño y letra –por cierto, preciosa y muy fácil de leer-  elaboró durante el tiempo que permaneció en Periana. Este documento, historia de nuestro pueblo, si tuviéramos un Museo Antropológico o de Tradiciones Populares, como tienen muchos pueblos de nuestra provincia, debería figurar en el mismo. ¡Lástima haber dejado escapar los años de abundancia cuando era posible conseguido! Yo, por una parte, soy optimista y no pierdo la esperanza de que algún día lo tengamos; pero, por otro lado, soy pesimista y me temo que si llegase a ser una realidad, no haya cosas que exponer en él. Casi todos los objetos que debían formar parte del mismo  han sido malvendidos o tirados a la basura.  


D. Rafael en la yegua que sería su compañera inseparable en los desplazamientos para visitar a sus pacientes del campo de Periana.

El libro de las Igualas consta de cuarenta y ocho páginas, donde en 36 apartados se encuentran incluidas todas las calles o barrios del pueblo, así como las cortijadas que forman parte del mismo.  Encabeza cada apartado el nombre de la calle, barrio o cortijada que comprende, debajo se encuentra la hoja divida en cinco partes, en la primera de ellas figura el nombre y apellidos del tomador de la iguala –mayoritariamente son hombres, pero también figuran algunas mujeres- ; le sigue el apodo por el que son conocidos en el pueblo; en el tercero figura la palabra pagado, donde se van formando cuadrados y cada uno de sus lados representa un periodo de tiempo abonado; el siguiente sirve para anotar la cantidad mensual, trimestral o anual que cada abonado pagaba; y en el último, titulado observaciones, anota la fecha de alta, baja, o que, por los motivos que sea, no le cobra iguala.  Las cuotas que pagaban los igualados por mes, dependiendo de los miembros que componían la familia igualada u otras circunstancias podían ser de 1, 1´5, 2, 2´5, 3, 4, 5, 7  o  12 pesetas; por trimestre eran de 4´50, 5, 7´50, 9 y 20;   por año 10, 15, 18, 20, 24, 25, 28, 30, 32, 36, 40, 50, 60 ó  75. Una gran parte de ellos, y como era muy habitual dada la época vivida, pagaban “en especie”. El recaudador de las igualas era Antonio Frías Gallego “Chamarizo”, un cobrador ocurrente, perseverante y muy eficaz. Al marcharse don Rafael de Periana, lo fichó don Ángel Pérez Sánchez, el otro médico del pueblo.

A continuación expongo un listado, con la misma denominación y orden que la realizada por don Rafael, reflejando los igualados que tenía en cada una de las 36 partes que había dividido el pueblo.


NOMBRE
Nº IGUALADOS
C/ Queipo de Llano
22
C/ General Mola
13
C/ General Aranda
13
C/ La Cruz
20
C/ Vuelta
6
C/ Málaga
17
C/ Alta
18
C/ Horno
15
C/ Quinta
30
C/ Olivar
19
C/ Las Monjas
28
C/ Calvario
10
C/ Culebra
4
C/ Jesús
9
C/ General Moscardó
10
C/ Ancha
16
C/ General Varela
11
C/ La Lomilleja
25
C/ Carrscal
25
Cortijo Marchamona
8
Cortijada de Guaro
36
Cortijada la Laguna
9
Cortijada Baños de Vilo
34
Cortijada de la Negra
20
Cortijada de Vilo
39
Cortijada de Mondrón
43
Cortijada de la Viña
6
Cortijada de los Marines
16
Cortijada de Regalón
26
Cortijada de Becerril
10
Cortijada de Moya
33
Las Rosas
22
Cortijada de la Muela
24
La Muela, Cortijo Blanco, El Álamo,
Aguadero, Cañuelo, Carrión
30
Río Seco
47
Catalán
12
TOTAL………………
726
                  
De los 726 igualados que tenía, 311 residían en el núcleo urbano del pueblo y 415 en las cortijadas. Estas cifras nos dan idea de la importancia que, en aquellos tiempos, tenía la población diseminada por el campo. De los igualados del pueblo 295 pagaban su cuota mensualmente, 11 cada trimestre y 5 anual. Por su parte, los de las cortijadas lo hacían así: 192 mensualmente, 16 de manera trimestral y 207 anualmente. Los hombres que figuraban como contratantes de la Iguala en el pueblo eran 283 y 28 las mujeres; en las cortijadas se distribuía de la siguiente manera: 385 hombres y 30 mujeres.

Don Rafael, al poco tiempo de estar en Periana se convirtió en un perianense más. Fue Mayordomo de San Isidro, estuvo vinculado como socio a alguna fábrica de aceite, incluso adoptó la matanza anual como una tradición familiar.  Sin embargo, había ciertas costumbres muy arraigadas  entre los hombres del pueblo que nunca asimiló, jamás fue hombre de bares y rechazó todas las proposiciones que le hicieron “para jugarse los cuartos”... Los tres pilares de su existencia lo constituían su familia, sus pacientes y sus asiduas conversaciones con Fabio. 


 El matrimonio Álvarez de Cienfuegos Rivera con sus hijos, Rafael, Gloria, Fernándo, Cristina, Mª Ángeles y Elena.


La familia Álvarez de Cienfuegos-Rivera pronto se convirtió en numerosa y aunque solo Fernando, tal y como he referido con anterioridad, nació en nuestro pueblo, todos, a excepción de María Ángeles y Elena, las menores, vivieron o fueron engendrados en  Periana. Los integrantes de la misma son Gloria, Rafael, Cristina, Fernando, María Ángeles y Elena. Los seis realizaron estudios universitarios y han heredado de su padre cierta  predilección por los perianenses, como han tenido ocasión de comprobar aquellos que requirieron su ayuda. Fernando, prestigioso cardiólogo, le hizo un gran favor a los hermanos Camacho González “Los Carpintero” y, aunque han transcurrido  mas de treinta años, el mayor de ellos,  mi amigo Paco, me comenta que nunca podrán olvidarlo, ya que su buen hacer ayudó a salvar la vida de su madre. Aman y recuerdan con cariño el pueblo donde nacieron, vivieron algún tiempo o visitaron a posteriori en compañía de sus padres. Pero, sin lugar a dudas, el que se siente más perianense es Rafael,  marino mercante jubilado, que habiendo recorrido el mundo, cada vez que tiene ocasión para ello manifiesta, con infinita nostalgia, no haber conocido un lugar mejor para pasar la infancia que Periana.  Vive en Torre del Mar y, muy a menudo, acude a nuestro pueblo para aliviar su añoranza.  Algo similar sucede con su hermano Fernando, domiciliado en Málaga, al que le encanta visitar el pueblo donde nació.

A lo largo de los casi once años que don Rafael Álvarez de Cienfuegos  López residió en Periana sus vivencias fueron múltiples y variadas, pero, de todas ellas, hay una que durante mucho tiempo no compartió con nadie y que desde su acaecer le acompañó todos los días de su vida.  Lo expuesto a continuación, don Rafael, tal y como había prometido a sus hacedores, durante mucho tiempo no se lo reveló a nadie, ni tan siquiera se lo refirió a su esposa para no causarle preocupaciones. Solo, muchos años después de sucedido, se lo contó a su familia. He preguntado a perianenses que vivieron aquellos años y ninguno tiene conocimiento de ello. Como he escrito con anterioridad, el que tocaran a cualquier hora de la noche a su puerta se convirtió en la cosa más habitual del mundo, pero hubo alguna ocasión en que los demandantes de ayuda no eran los parroquianos habituales, sino unos personajes muy especiales. En aquellos tiempos, los maquis, guerrilleros, rojos o bandoleros –de las cuatro formas se les llamaba en el pueblo-  se movían por la Alta Axarquía, y uno de ellos fue el que llamó a la puerta de don Rafael solicitando sus servicios.  El médico, por obligación y como de costumbre, se tiró de la cama, procedió a vestirse rápidamente y, en apenas cinco minutos, estaba montado en el mulo que le tenía preparado su requeridor. No lo reconoció, pero esta circunstancia le paso desapercibida: llevaba poco tiempo en el pueblo y aún no conocía a todos sus habitantes.  Además, en algunas ocasiones demandaban sus servicios vecinos de Riogordo, Viñuela,  Ventas de Zafarraya, Alfarnate... Sin pérdida de tiempo se dirigieron hacía el Barrero, al llegar a donde ahora se encuentran las conocidas como “Casas nuevas” se les unió otro hombre montado a caballo, se identificó como  perteneciente a los maquis y le dijo que tenían un compañero enfermo que requería su ayuda. Procedieron a vendarle los ojos y durante un tiempo, que se le hizo interminable, caminaron en silencio sin saber hacia dónde le llevaban.  Sería muy difícil, por no decir imposible, imaginar lo que don Rafael pudo sentir en aquel momento, cuando en la más absoluta de las oscuridades marchaba hacia lo desconocido.  Tras efectuar su trabajo, tal y como le habían prometido  aquellos hombres, lo devolvieron a su casa sano y salvo, y parece ser que la escena se repitió en varias ocasiones. La disyuntiva que se le presentó al joven médico era de las que quitan el sueño por mucho tiempo. Todo el que tuviese contacto o viese a los maquis tenía la obligación, bajo penas de cárcel, de denunciarlos; pero los maquis también cumplían sus amenazas y algún delator o sus familiares fueron victimas de ellas.


Dña. Gloria, cuarta empezando por la izquierda, con su hija Gloria, en la Estación, junto a un grupo de mujeres de Periana.

Don Rafael se portó muy bien con los perianenses y estos supieron corresponderle de la forma como suelen hacerlo, es decir, obsequiándole con lo mejor de nuestra tierra: los melocotones, el aceite, el pan romano, las tortas de aceite, los mantecados, las magdalenas, los rosquillos, los pollos, los conejos, las gallinas, los huevos,  los espárragos, las aceitunas aliñas y machacas, las brevas, los higos, los chumbos, las naranjas, los jamones, las morcillas, los chorizos, los chicharrones, el magro… nunca faltaron en su casa. Siendo la cantidad de aceite que recibía cada año tan importante, que según me cuenta Gloria, durante los años que ella estuvo interna en el colegio de las Esclavas de Málaga (situado en la calle Liborio García), donde tuvo por compañeras a algunas hijas de Bartolomé,  su padre pagaba el colegio en aceite.

Entre sus agradecidos pacientes se encuentra Antonio Perea “Patrocinio”, colaborador de ALMAZARA, que según me ha revelado le salvó la vida siendo niño. Cuando tenía 11 años se clavó en la cabeza una piedra, Rafalito “Cartabones” lo trajo de La Negra subido en una burra a la consulta del médico y don Rafael, que se encontraba almorzando, dio por concluida la comida y procedió a su cura. He tenido ocasión de ver en su cabeza la cicatriz que, sesenta y cuatro años después de producirse, aún conserva.


Dña. Gloria Rivera, esposa de D. Rafael.

Conforme avanza la conversación la nostalgia se refleja en los ojos de Gloria al rememorar la Periana donde vivió sus diez primeros años de vida. Recuerda a sus amigas Dolores Mata, Elisa Muñoz, las hijas de Bartolomé y Nacle…; a Esperanza de “Guaro”, la mujer que la cuidaba; a don José Calderón, el maestro que acudía a su casa para darle clase. También recuerda que la gente se vestía de nuevo para ir al médico; lo mal que lo pasaba cuando las mujeres que se encargaban de la cocina en su casa  procedían a sacrificar  los pollos, gallinas o conejos;  y lo mucho que a su madre fastidiaban las empedradas calles del pueblo que le impedían  calzar tacones.

Cuando el joven matrimonio llegó a Periana estaban convencidos de que su estancia allí seria corta y que pronto se trasladarían a otro lugar más principal.  Ninguno de ellos suponía que un pueblo de las características del nuestro, que apenas figuraba en los mapas, pudiera llegar a cautivarlos. Pero sucedió lo no previsto: don Rafael se siente muy a gusto en Periana y a los perianenses les sucede lo mismo con él. El médico granadino se ha convertido en un perianense más y las raíces que le unen a nuestra tierra son cada día más robustas y profundas. No sucede lo mismo con su esposa que nunca consiguió adaptase del todo. Gloria, insiste en salir de Periana y hace todo lo posible para conseguirlo, durante algunos años sus intentos fueron baldíos; pero el pasar del tiempo se convierte en su mejor argumento. Su hija mayor esta interna en un colegio de Málaga y sus otros hijos en edad de escolarización, por lo que aprovecha estas incuestionables circunstancias para convencer a su marido de que en Periana no hay futuro para su prole. 

Don Rafael prepara unas oposiciones al recién creado cuerpo de Inspectores Médicos de la Seguridad Social. Y en el año 1951, la familia Álvarez de Cienfuegos-Rivera, deja Periana para trasladarse a Tolosa (Guipúzcoa), donde residieron dos años.  Su siguiente destino sería Tortosa (Tarragona), aquí fijaron su residencia hasta el 1970, año en que retornan a Andalucía, para establecerse definitivamente en Málaga. 

Casualmente, un perianense descubre que don Rafael Álvarez de Cienfuegos  López ha regresado a Málaga y ocupa un puesto relevante  en la “Caja Nacional”. La noticia rápidamente se extiende por el pueblo y son muchos los que acuden a él en busca de ayuda. A pesar del significado cargo al que ha llegado en su carrera profesional y el mucho tiempo transcurrido, don Rafael sigue siendo el mismo de siempre: un hombre sencillo, afable y servicial que ama a Periana y continúa sintiendo algo especial por sus habitantes. La mejor prueba de ello es que su domicilio malagueño, situado en la Alameda de Colón, volvió a llenarse de los mejores productos de nuestro pueblo. Lamentablemente, solo fueron diez los años que pudo seguir ayudando a los perianenses, ya que en el 1980 se vio obligado a jubilarse por enfermedad. 

Asomada al balcón con vestido de faralaes.

Muchos perianenses a los que hizo algún favor, o los descendientes de los mismos, aún lo recuerdan con gratitud. Tengo entendido que cuando visitaba el pueblo la gente lo paraba por la calle para mostrarle su respeto, agradecimiento, cariño y admiración. Pero no fue solamente don Rafael quién dejó indeleble huella en Periana, nuestro pueblo también lo dejó a él marcado para siempre.  El espíritu de Periana y sus gentes penetró en lo más profundo de su corazón y le acompaño durante toda la vida. Su actividad profesional le hizo residir en varios lugares de España, pero ninguno de ellos lo cautivo de la forma en que lo hizo nuestro pueblo, donde vivió los mejores años de su existencia. Según me cuenta sus hijas, al unísono, la palabra Periana se convirtió en compañera inseparable de su existir cotidiano y raro era el día que, con alegría y  mucha nostalgia, no la decía una cuantas veces. También me informaron, con  evidente emoción, que cuando, en los últimos días de su vida, hacía recuento de su pasar por este mundo, el nombre de nuestro pueblo, donde a él le hubiera gustado echar raíces perpetuas, salía de sus labios con ternura infinita. Don Rafael Álvarez de Cienfuegos  López,  amó a nuestro pueblo y siempre lo llevó grabado en lo más profundo de su corazón. Falleció el 22 de septiembre de 2007, su esposa, Gloria, lo haría ocho meses después.


JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA
Publicado en la revista LA ALMAZARA nº 33.

Agradezco la colaboración y contribución a esta página de José Manuel Frías Raya por su implicación en la investigación de Perianenses que tuvieron una importancia crucial en la historia de Periana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario